Las amenazas que percibimos por todos lados tienden a generarnos una sensación de desamparo, y a menudo a incrementar la de soledad. Ocurre que entre tantas exigencias ambientales y amenazas futuras, las personas solemos incomunicarnos con los otros. Todos deseamos ser escuchados, comprendidos, tenidos en cuenta, aunque la angustia que experimentamos cierre nuestros ojos y oídos hacia los demás. Entramos así en una queja colectiva vacía e improductiva. Un coro de lamentos que, en el fondo, nos ubica como centro del universo y nos cierra hacia los otros. El círculo vicioso que se genera sólo puede ser cortado con un cambio de perspectiva. Con "descentrarnos" de nuestras preocupaciones y abrirnos a la de los demás. A veces basta una mirada, una palabra, una sonrisa, como no nos cansaremos de repetir. Aliviar al prójimo nos da también una óptica distinta que nos lleva a nuestro propio alivio. Nos realza como personas y nos permite comprender más la naturaleza humana. Tal vez nos muestre que un camino espiritual es más fructífero que uno exclusivamente material. Que ser más humanos, en la esencia de lo que es y en sus múltiples dimensiones, es la única forma de acercarnos, en este mundo imperfecto, a la felicidad.