El ser humano se acostumbra a todo. Biológicamente es indispensable para lograr la adaptación y la supervivencia, pero en un medio cultural, puede ser un problema o un déficit. El acostumbramiento y la pérdida de los contrastes lleva a una escasa valoración de que se tiene, se vive y se es. Dramáticas experiencias, como la de Japón, nos devuelven una apreciación más justa de muchos aspectos de la vida. Pero también generan acostumbramiento, de tal modo que el impacto original disminuye, a veces bajo la forma de un seguimiento del tema entre morboso y juguetón. Por ejemplo, en Libia la gente sigue muriendo, en Japón las consecuencias de la catástrofe son tremendas y el riesgo nuclear es altísimo, en Argentina sigue la desnutrición infantil, etc. Noticias que suben y bajan su carga según si aparece algo "más interesante". Extraños seres somos, tan animales como cualquier otro y tan formadores de cultura a la vez. Pero lo que tal vez más nos distinga sea la capacidad de elegir, al menos en algún grado, cómo queremos vivir. Esta libertad asumida o regalada bajo las formas de la comodidad deriva en la selección de nuestros estímulos y en nuestros compromisos de acción. En esas "simples" cosas jugamos nuestra humanidad. O la asumimos como tal, pese a todas sus contradicciones y miserias o la diluímos en la mediocridad de nuestro cuerpo animal, débil y mortal.