Recién llegado para pasar el último fin de semana de este largo enero en Miramar me encuentro en el barcito amigo, de esos que necesito en cada lugar que frecuento, escribiendo. Tal vez por tanto viaje y tan poco sueño, las ideas se me mezclen un poco, pero así como vienen nomás las quiero compartir.
-¡Que fantástica es esa costumbre tan argentina de desayunar, leer el diario, escribir, compartir o hacer nada, en un barcito amigo! Los he tenido y los tengo por todos lados. Y todos me parecen queribles e importantes en mi vida. Será por eso que conozco a los mozos por su nombre. Mi vicio se extiende a restaurantes, pero ese es otro tema.
Hoy, recién llegado y mientras en mi casa de acá aún durmen, escribo mi libro, ojeo un diario, vuelvo al libro, recorro algunas páginas amigas, vuelvo a escribir. Como desde mi época de estudiante, necesito ese dispersión controlada para estudiar, para pensar y para escribir. Y los barcitos amigos me dan el lugar para hacerlo.
Miro también a mi alrededor y veo el diferente ánimo de la gente y sobre todo, el diferente trato que tienen. Los que ni miran a quien los atienden, los secos, los agresivos y los amables. Qué diferencia por favor! ¡Cuánto más agradable es el mundo con un poco de buena onda! Y es mejor para todos. Buen ambiente, música aceptable y y alegre, buen trato y sonrisas naturales, ¿Qué más pedir para estar cómodo?
Esas caras agrias, aún de vacaciones, ¿qué esconderán detrás? ¿Cómo ayudarlos? Sin contagiarse de ellos y siendo correcto pese a ellos algo tal vez se logre, aunque sea mínimo y pase inadvertido.
Veo desde aquí la ciudad despertarse, y en este recambio de quincena, veo gente lamentando el final de sus vacaciones y otros alegrarse de su inicio. Insisto, está bueno irse y está bueno volver, si uno tiene dónde ir. Sólo los contrastes nos permiten apreciar y valorar bien cada cosa.
Hace algunos días hablábamos de la importancia de la voluntad. Hoy noto que lo que me costó en buena parte de enero, escribir, hoy ya sale irrefrenablemente. Anoche en otro barcito amigo en la esquina de casa, en una terminal atestada de gente y de ilusiones admirables en su sencillez, en el mismo ómnibus y ahora al llegar. La voluntad abre caminos que luego se pueden disfrutar.
Seguiría amigos, con mi desvarío reflexivo matinal, pero el recreo termina y ya tengo ganas de volver a escribir. Disfrutemos el día, desde adentro, construyámoslo. No pongamos nuestro bienestar en manos que no controlamos y a los que no le importamos lo suficiente, tampoco en el clima ni en las noticias de los diarios. Construyamos nuestro día y demos una mano, una sonrisa a los demás. Con sólo eso el mundo hoy será un poco mejor.
HACIA UNA COMUNIÓN INVISIBLE DE CATÓLICOS PERPLEJOS
Hace 7 horas